La escritora chilena María José Ferrada nos cuenta, a través de una columna, su experiencia realizando talleres de fomento de la escritura en escuelas, en el contexto del concurso de Santiago en 100 palabras. "Lo que hicimos en los talleres fue jugar a escribir cuentos, jugar a ser escritores, jugar a que éramos los personajes de una historia".
Durante marzo y abril Santiago en 100 Palabras me invitó a visitar cuatro escuelas y una sede comunal de Santiago con el objetivo de invitar a los niños a que escribieran cuentos para el concurso que invita a los ciudadanos –de cualquier tamaño– a escribir un relato breve que cuente su ciudad.
La actividad comenzaba leyendo lo que habían escrito otros niños, en años anteriores, y continuaba cuando cada uno de los que había escuchado – atentamente¬– tomaba el lápiz y escribía su propio Santiago. A partir de ahí nos enteramos, por ejemplo, de que para volar por el Santiago del 2218 se usará una mochila voladora; que las palomas de la Plaza de Armas –cansadas de la contaminación– están pensando en migrar al sur y que, sin que los adultos hayamos reparado en ello, hace años se está construyendo un túnel que comunica la Alameda con las playas de la costa central.
Y nos enteramos también de otras cosas interesantes: que los niños –los mismos que aparecen mal evaluados en las mediciones de lecto escritura– sí son capaces de escribir cuentos. Creo que eso es una buena noticia, porque la lectura y la escritura generalmente son caminos de ida y vuelta: quien escribe un cuento, un poema, una crónica tarde o temprano querrá saber qué es lo que han hecho lo que se han interesado en el mismo ejercicio, es decir, qué es lo que han visto y escrito otros.
En nuestra tarea tuvimos un aliado importante –del que tanto nos ha hablado Francesco Tonucci, pedagogo y creador de las ciudades de los niños¬–: el juego. En la línea de los juegos En 100 Palabras, material diseñado en conjunto con Fundación Plagio, lo que hicimos en los talleres en los colegios fue jugar a escribir cuentos, jugar a ser escritores, jugar a que éramos los personajes de una historia.
Quienes hemos visto a un niño concentrado, jugando, sabemos que en la vida no existe nada tan serio como eso. El juego que nos enseña a insistir hasta dar con la solución a las dificultades (“lograré saltar ese cerco –que en la mente del niño es un cerro– aunque me caiga veinte veces”. ¿Y saben qué? que aunque parecía imposible, en el intento número veintiuno, lo logra); nos enseña que a veces perdemos (lloramos un rato y se nos pasa); nos enseña a ganar (los alegramos un rato y se nos pasa); en resumen, nos enseña a tener experiencias, a vivir. No, definitivamente no existe nada tan serio como el juego y creo que no sería mala idea la de abrirle la puerta en la sala de clases.
Por último, quisiera compartir con ustedes algo que me pregunto cada vez que le propongo a un niño escribir un cuento. ¿Por qué pedirle algo como eso? Nuevamente es un italiano, Gianni Rodari, escritor, quien me responde: escribir, no para que todos sean escritores, sino para que nadie sea esclavo.