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Una de las experiencias más importantes de colaboración que vivencié en el aula fue cuando implementé un proyecto interdisciplinario con un grupo de estudiantes de enseñanza media. Se trataba de un trabajo que integraba Literatura y Filosofía, en el que los estudiantes debían analizar una obra literaria desde distintas perspectivas filosóficas. El equipo de trabajo estaba compuesto por cinco estudiantes con diferentes fortalezas y estilos de aprendizaje, lo que generaba un reto adicional en términos de coordinación y distribución de responsabilidades.
Lo que hizo especial esta experiencia fue cómo, con el tiempo, lograron organizarse para aprovechar las habilidades de cada integrante. Un estudiante con talento para la redacción se encargó de plasmar las ideas, otro con destrezas comunicacionales lideró la presentación oral, mientras que los demás se centraron en la investigación y en conectar las ideas filosóficas con la obra literaria. La clave fue cómo establecieron normas claras de respeto, escuchando activamente las propuestas de los demás, y cómo fueron capaces de adaptarse a los imprevistos sin perder la cohesión del grupo.
El resultado no solo fue un excelente proyecto final, sino que los estudiantes adquirieron una mayor comprensión de la importancia de la colaboración y de cómo el trabajo en equipo puede potenciar los resultados individuales y colectivos.