Elecciones presidenciales: una oportunidad para el aprendizaje de la democracia

El domingo 21 de noviembre se realizará un nuevo proceso eleccionario, esta vez serán Elecciones Presidenciales, Parlamentarias (155 diputados y 27 senadores) y de Consejeros Regionales (302 para 16 Consejos Regionales).

Esta nueva elección es muy importante, porque serán las nuevas autoridades las que deberán implementar, si es aprobada, la Nueva Constitución de la República y conducir el país post estallido social y post pandemia. Ambos procesos han sido complejos para el mundo entero y de ahí la importancia que tienen para la ciudadanía.

Sin duda alguna que las elecciones, dado el sistema de democracia representativa, es uno de los actos más importantes que se dan en una República, ya que es una oportunidad para que las personas habilitadas puedan decidir quiénes creen deban representar sus ideas. 

Si bien casi la totalidad de la población escolar es menor a 18 años y bajo esa edad las personas no tienen derecho a voto, hoy sí se entienden como ciudadanas y ciudadanos plenos al estudiantado de cualquier edad, pues las competencias cívicas y ciudadanas, que habilitan para convivir en sociedad y participar políticamente, se forman a lo largo de toda la trayectoria educativa. 

En la actualidad, sabemos que el aprendizaje profundo, cuyo foco son las habilidades para el siglo XXI, implica la adquisición de nociones y prácticas de ciudadanía y a la vez un compromiso con los temas públicos. Somos ciudadanas y ciudadanos desde que comenzamos a asistir al jardín infantil o a la escuela, ya que es ahí cuando comprendemos que vivimos en sociedad. De este modo se amplía todo el conjunto de conocimientos que entendíamos por educación cívica al de ciudadanía. 
 

En los enfoques tradicionales se entendía el aprendizaje como un mero ejercicio de transferencia de información. Con la renovación de los enfoques pedagógicos, las y los profesores alcanzaron una mayor conciencia sobre el desarrollo de las habilidades y el papel de las disciplinas. Ambos, conocimientos y habilidades, junto a las actitudes configuran un núcleo pedagógico -como señalaba Richard Elmore-, que debe estar a la base de cualquier situación de aprendizaje. La ciudadanía, podemos afirmar, también se aprende.

A los sistemas educativos se les exige, en muchas ocasiones, contribuir de manera muy concreta a resolver tensiones o problemáticas de la sociedad. Una deuda que continuamente se atribuye a las escuelas es la escasa preparación para la vida cívica con que el estudiantado egresa. Se oyen a menudo expresiones como: “los jóvenes no votan” o “la juventud no participa”. Estas afirmaciones, primero, no se hacen cargo de una sociedad históricamente adultocéntrica y en cuyos procesos deliberativos/participativos no incluyen a niñas, niños y jóvenes en la toma de decisiones y, luego, la participación de la sociedad en general, en temas públicos, es baja. 

Aprendemos a participar e involucrarnos en los asuntos públicos, también a través de las oportunidades y ejemplos que la propia sociedad nos otorga. En un escenario ideal cada experiencia escolar debe ser significativa, es decir, situada en contextos reales, locales (también globales) y que acerquen al estudiantado hacia el desarrollo de la “empatía, el aprendizaje socioemocional, el espíritu emprendedor y las habilidades relacionadas requeridas para un alto funcionamiento en un universo complejo” (Fullan, 2018).